Por Alejandra Loralais
Colaboradora de NOTRíCIAS
EL OTRO SAN JUAN – Juan Pablo Martín Segundo fue un niño muy devoto. La velada de su Primera Comunión la pasó sudando entre las sábanas, torturándose porque, a pesar de haber sido bendecido por su confesor, pensaba que no era digno de dar aquel paso, que su cuerpo y su mente, sobretodo su mente, no eran lo suficientemente puros. El día de su Primera Comunión decidió dedicar el resto de su vida a servir a los más necesitados. Pensó que ése era el único medio para poder vivir en paz con uno mismo. Desde hace un mes, a Juan Pablo se le puede ver cada amanecer levitando sobre alguna de las garitas del Morro.
NOTRíCIAS no pudo entrevistar a Juan Pablo porque desde que comenzó a levitar perdió la voz. Si algún periodista se le acerca se va volando.
Algunos vecinos de la Perla dicen que Juan Pablo era el más amable de los tecatos del Otro San Juan, que siempre tenía en la boca una sonrisa y un “¿cómo está usted?” o un “a la orden”. “El bajaba (a la Perla) desde hace años para ´curarse´, se interesaba por las cosas de uno si se le preguntaba, pero si no, siempre estaba en lo suyo, ahí con los libros sin pedir chavos, pero la gente se los daba, énigüey¨, contó a notricias uno de los vecinos, que prefiere, como todos en el barrio donde las olas bailan plena contra las murallas, seguir manteniendo el anonimato.
Tras pasar la noche compartiendo en una barra de intelectuales de la Perla, NOTRíCIAS pudo saber que la vocación humanitaria de Juan Pablo ha sido una constante en su vida. Al parecer, Juan Pablo creyó que lo primero que había que hacer para ayudar a la gente era comprender el mundo en el que vivimos, y para eso consideró que lo más acertado era ponerse a leer todos los libros que pudiera. Dicen que aunque algunos libros lo hicieron dudar hasta de su propia existencia, y que otros libros lo condujeron a la heroína, siempre tuvo claro que su experiencia vital era una especie de rito iniciático del que aprendería el porqué de las cosas. Esto le parecía la mejor manera de saber cómo ayudar a los necesitados y cuáles de ellos realmente lo eran con urgencia.
A primera hora de la mañana un anciano negro de melena y barbas blancas, que había permanecido callado toda la noche al fondo de la barra, dijo: “el muchacho levita porque se deshizo de los libros que había leído y ahora apenas si pesa por las mañanas, cuando todavía no ha comido”.
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