jueves, 19 de agosto de 2010

Loíza

Jueyes contra el crimen
Apuestan a la gastronomía para sanar a Loíza

Por Iñaki Estívaliz / Inter News Service

Loíza - La criminalidad se está comiendo en un festín sangriento a la juventud del pueblo de Loíza y para remediarlo, a unos pocos cientos de metros del tristemente conocido como “el cementerio de los jóvenes”, los miembros de la Iglesia Bautista de Medianía Alta proponen otro banquete, más sano, sabroso y nutritivo, de platos típicos confeccionados con jueyes.

Cada mes de julio, desde que hace 37 años la ahora octogenaria Enma Carrasquillo comenzara la tradición, la Iglesia Bautista celebra su gran jueyada popular para recaudar fondos para el mantenimiento de las instalaciones de la iglesia y para prestar servicios a la comunidad loizeña.

“Esta es una iglesia que se distingue por dar servicios a la comunidad”, defiende Modesta Irizarry, quien asegura que el objetivo principal de la jueyada, que atrae entre sábado y domingo a unas 2.000 personas, incluso turistas de EEUU o Colombia, que llegan expresamente para el ágape, es “ayudar a la comunidad en la problemática social del pueblo”.

La coordinadora de la actividad, Mayra Álvarez, anhela “que en Loíza volviera la relación de familia que siempre hubo. Antes, todo el mundo era familia. Esa relación se ha roto, por eso queremos llevar un mensaje de restauración y reconciliación, que vuelva la paz que por muchos años hubo”.

Para ello, ofrecen asesorías y conferencias a los jóvenes, realizan talleres de autoestima, de deportes y hasta de belleza, pero “con un enfoque cristiano”, matiza Álvarez, quien explica que también se ayuda económicamente a los más necesitados.

Este domingo, en un ambiente familiar, varios centenares de personas, entre ellas numerosos jóvenes y niños, disfrutaban de los cocos fríos a la sombra de un palo, de los jugos naturales y los refrescos de un kiosco y de la comida confeccionada, principalmente, con carne de cangrejo autóctono.

Irizarry y Álvarez explicaron a Inter News Service (INS) cómo solo para hacer las empanadas de jueyes se necesitan varios meses y la colaboración de numerosas personas en un proceso tradicional con numerosas especificaciones.

Entre ellas, que para hacer, por ejemplo, 1,500 empanadas, los jueyes hay que empezar a comprarlos ya en mayo por varias razones: nunca se pueden adquirir tantos cangrejos de una vez salvo en el mes de “la corrida”, cuando hay más jueyes; en julio comienza la veda que impide su captura y venta; y su confección se realiza en elaboradas etapas.

Lo primero que se hace con la carne de jueyes para empanada es separar la “gordura”, que son los desechos orgánicos del propio cangrejo dentro del “carpacho” (caparazón), que “hay que limpiarla bien porque si no, sabe amargo, hay que saber diferenciar la hiel”, explican las organizadoras.

Entretanto, se monda la yuca, se le saca el agua, se filtra y se congela. Por otro lado se mezcla leche de coco, ajíes, pimientos, sazón, achiote y sin cebolla, para que no amargue el producto final.
Para trabajar la masa de las empanadas es necesaria la ayuda de hombres fuertes, se le añade nata de leche de coco y se les da forma en hojas de plátano.

También se sirven pastelillos de jueyes, arroz con jueyes y coco, salmorejo de jueyes y alcapurrias de jueyes utilizando técnicas artesanales y dos “burenes” tradicionales, aunque en lugar de usar las cáscaras de coco como carburante, ahora van a gas.

Y para el postre, entre otros, el famoso dulce de coco de Loíza, con rallado de coco, canela, vainilla, leche y azúcar puestos a fuego lento, con una ralladita de limón, y se bate, porque como insiste Irizarry, “la clave es el batir”.
También hay platos para los alérgicos a los mariscos, como el arroz con pollo, aunque en el fondo, todo es una excusa para “volver a ver la Loíza que todos anhelamos”, reitera Álvarez.

“Esto es un equipo de trabajo. Aquí se le da participación desde el más joven al más anciano. A todos se les asignan tareas”, explica la pastora Álvarez lo que se puede ver a simple vista: las meseras, los cantinero del kiosco sin alcohol y los cocos fríos, las cocineras, los jóvenes que asisten a los vehículos que van llegando para estacionar; todos se comportan como un grupo humano compenetrado, como la última selección española de fútbol.

“Aquí todo se decide por áreas, cada uno tiene su misión”, añade Irizarry.

El resultado: un ambiente familiar donde se respira tranquilidad “a pesar de lo que se dice de nuestro pueblo”, sostiene Irizarry lamentado los habituales titulares de prensa que destacan los asesinatos que continuamente laceran el bienestar de la antigua aldea de cimarrones.

Irizarry se enorgullece de que en el pueblo les digan que “siempre” tienen “un embeleco”, pero es que en Loíza existen “unas necesidades sociales que como iglesia tenemos que atender”.

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